sábado, 21 de julio de 2012

EL RESCATE DE LA GENERALITAT VALENCIANA


Un año de su dimisión

El legado podrido de Camps

Camps saluda a Fabra, durante la investidura de este como presidente. | Vicent Bosch
Camps saluda a Fabra, durante la investidura de este como presidente. | Vicent Bosch
  • Valencia pide el rescate cuando se cumple un año de la dimisión de Camps
  • Durante 365 días Fabra ha gestionado una herencia de corrupción y crisis
El jueves por la noche, Francisco Camps acudía a una charla coloquio en Xàbia, Alicante, sobre "responsabilidad social en la política". Tal cual. Unas 30 personas le recibieron en el Monasterio que acogía el acto congritos, insultos y huevos.
Unas horas después, ya el viernes, Alberto Fabra salía de una visita al Museo Arqueológico de Guardamar de Segura, también en Alicante. Otras 30 personas, seguramente distintas a las de Xàbia, le recibieron congritos, insultos y también huevos.
Entre una y otra escena, la Generalitat Valenciana anunció de forma oficial su intención de acogerse al plan de financiación creado por el Gobierno central para inyectar liquidez en las comunidades autónomas. Un rescate económico que no es un rescate para el Consell pero que con uno u otro nombre se antoja imprescindible para salvar las comatosas finanzas de esa Comunidad que algún día se promocionó como ejemplo nacional.
Entre una y otra escena hay casi un año de gobierno.
Se cumplen ahora 365 días de la dimisión de Francisco Camps como presidente de la Generalitat Valenciana y de la elección de Alberto Fabra (entonces alcalde de Castellón) como su sucesor. El 20 de julio de 2011 Camps renunciaba a su cargo proclamando con drama su inocencia para ser juzgado por los trajes del caso Gürtel.
Camps fue absuelto por un jurado popular y poco más se supo de él. Desde entonces apenas ha ocupado su escaño en las Cortes. Se supone que juega al tenis y devora ensayos sobre esos personajes bíblicos que parecen hablarle directamente a él. Acude a las reuniones del Consell Jurídic Consultiu y cuentan que recorre en coche oficial los apenas 300 metros que separan su casa de la sede para evitar alguna bronca por el camino. Él, que presumía de que en Valencia había mil pintadas contra Zapatero y ninguna contra él.
Probablemente también planea empezar a dar clases porque ya es doctorado en Derecho por la Universidad de Elche con sobresaliente cum laude. "Me encantaría tener la oportunidad de enseñar todo lo que he aprendido durante estos años", reconoce.
Si soñaba con volver a la primera línea de la política, debió despertar el día que se subió a una barca en l'Albufera y deliró camino del país denuncajamás"Estoy más preparado que nunca para ser presidente de la Generalitat o del Gobierno", dijo mientras perchaba para Telva. Y su teléfono se borró en todas las agendas de Génova...
De Camps sólo queda la sospecha de que algún otro asunto judicial podría complicarle la prejubilación (ya sea el caso Nóos o la presunta financiación irregular del PP valenciano), queda la desconfianza preventiva de Rajoy ante el territorio que antes veneraba y queda una herencia ulcerada que ha caído como un meteorito sobre el trono del legatario en cuestión.
Alberto Fabra cumplirá el día 26 un año gobernando como si jugara a 'mosca' en el colegio. Esquivando collejas, recibiendo sopapos cada vez que se gira para ver quién le ha soltado el anterior.
El legado de Camps son, para empezar, 11 diputados en las Cortes Valencianas imputados, acusados o investigados por distintos casos de corrupción, tantos que si Fabra prescindiera de todos ellos perdería la mayoría absoluta en el Parlamento.
El presidente de la Generalitat ha tenido que hacer equilibrismos para asear el PP valenciano sin derribarlo por completo y empezar de nuevo.Sacó del partido a todos los imputados convencido de que no caben sospechas en Quart, pero mantiene una decena de escaños manchados por Gürtel, Brugal o los mangoneos con las ayudas al Tercer Mundo.
Camps se encargó en sus últimas elecciones de convertir en aforados a sus amigos con problemas y ahora Fabra no sabe cómo deshacerse de ellos. "Somos honrados", proclamó como desahogo en el último Congreso regional.
El tufo de las corruptelas le ha complicado la gestión interna del PP valenciano y quizás la remodelación definitiva del Consell que recogió. Sin el cariño de Rita Barberá y a la espera de una crisis de gobierno, Alberto Fabra se ha fiado para casi todo de su eficaz vicepresidente José Císcar. El resto de consellers son casi extras en su película.
A Císcar le ha tocado explicar las soluciones contra el peor de los regalos de Camps, la situación económica más trágica en 30 años de autonomía. Con una deuda reconocida que supera los 20.000 millones, producto sobre todo de la megalomanía anterior, la Generalitat de Fabra ha metido la tijera en la educación y en la sanidad, ha achicado su administración, ha renegociado a la baja los grandes eventos que chiflaban a su antecesor, ha subido impuestos...
Alberto Fabra ha pedido públicamente perdón a los proveedores por los impagos, ha sudado cada mes con las facturas de las farmacias y se ha tragado casi una manifestación por semana. No hay colectivo ni profesión que no le haya dibujado una pancarta, ni pleno de las Cortes en el que no le reclamen elecciones anticipadas.
Ha cerrado su primer año en la presidencia con el peor incendio forestal en 20 años, un giganteso ERE en Radiotelevisión Valenciana que mandará al paro a 1.300 personas y pidiendo un rescate para sobrevivir.
Hace un año le llamaron: "Escucha, Alberto, que vas a ser el presidente de la Generalitat". Dijo sí, colgó y lo que vino luego fue una pesadilla, la herencia podrida de Camps.

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