"Me sorprende que los políticos aún sigan creyendo que tienen impunidad para robar"
Es entrenador de baloncesto, funcionario de prisiones en excedencia y novelista. Joan Plaza lo aúna todo en una persona que desborda optimismo. "Entiendo que haya muchos que duden de que un entrenador o un jugador pueda hilvanar más de dos frases seguidas porque piensan que sólo puedes meter una pelotita en una canasta y no te puedas dedicar a nada más"
El entrenador del Unicaja, Joan Plaza.
A los 14 años montó con su hermano una escuela muy pequeña de baloncesto con un campo de mini básket. "Eso nos fue abriendo espacios y muchos de los jugadores acabaron en el Barça, en el Joventut e incluso en la selección española", cuenta Joan Plaza (Barcelona, 1963). Desde entonces, nunca dejó su pasión, aunque la compaginó con otros trabajos, sobre todo después de que la competencia obligara a sus padres a cerrar su tienda de neumáticos. Desde hace casi dos décadas está en excedencia como funcionario de prisiones, a lo que ha dedicado buna parte de su vida. Allí no era como en las películas, no montaba un equipo ni partidos de baloncesto en el patio. "Mi función era muy distinta", rememora. Lo dejó para ser ayudante de Manel Comas en el Joventut y tras unos años pasó al Real Madrid, al Zalgiris lituano más tarde y ahora desborda optimismo en la Costa del Sol con el Unicaja. Plaza es una rara avis. No sólo por su positiva forma de ver la vida, sino porque es novelista. "Bueno, juntapalabras", matiza con sorna. Acaba de publicar su segunda novela, Despertar a tiempo (Jirones de Azul), en la que invita a reflexionar sobre la vida y perseguir sueños. "No debemos posponer demasiado las cosas; hemos de intentar vivir", trata de transmitir.
-Con un trabajo que le debe chupar tanta energía y tanto tiempo, ¿por qué comenzó a escribir?
No es nada vocacional. Siempre he dicho que no es algo bonito de contar, pero fue la realidad (risas). Empecé por una apuesta, aunque esté mal decirlo. En la prisión donde trabajaba, un compañero trajo un día una carta de su hermano que trabajaba en la ONU en la que declaraba todo su cariño hacia su madre. Todos nos quedamos impresionados por la misiva, pero, como pasa en todos los ámbitos, alguien le restó mérito. Así que nos retamos a hacer un pequeño cuento para la Navidad de ese año. La mayoría, los muy bocazas (risas), ni tan siquiera lo empezaron, pero yo me encontré cómodo y fui desarrollándolo.
-¿Y qué ocurrió?
Los que me rodean estaban demasiado enamorados de lo que escribía. Era tal la sensación que quise enseñárselo a alguien que no me conociera. Entonces se lo llevé a dos periodistas muy famosos en Barcelona sin siquiera verles la cara. Uno de ellos me contestó: "Yo te escribo el prólogo cuando lo publiques". Y, bueno, por un momento pensé que era García Márquez (risas). Pero nada más lejos de la realidad. Acudí a una editorial y el portazo que me dieron en las narices aún retumba. "¡A dónde vas con esto!", me vinieron a decir.
Así que decidí guardarlo en un cajón, pero seguí escribiendo porque me apetecía mucho. Me presenté a un concurso literario de narrativa corta y lo gané. Pensé: "Bueno, ya son demasiadas coincidencias". Apareció una editorial muy humilde que quiso publicar la novela anterior que había escrito y desde entonces he ido creciendo como juntapalabras.
-En aquella época trabajaba en una cárcel.
"Mi mentalidad siempre ha sido la de un funcionario; trabajar en prisiones a mí me ha mejorado"
Sí. Es evidente que ahora, desde la perspectiva en la que estoy, pienso que aunque esté en excedencia preferiría no tener que volver, pero mi mentalidad siempre ha sido la de un funcionario. Cada verano, cuando vuelvo a Barcelona, visito los lugares donde trabajé, me voy a comer con mis compañeros y a veces incluso entro en el centro penitenciario. Mi relación es estrecha y creo que el trabajar allí a mí me ha mejorado.
Es evidente que el haber trabajado de otras cosas que no sea como entrenador (también cambié neumáticos) hace que valore más el día a día y que me sienta un privilegiado; no hay una mala cara. Creo que todos, de una forma u otra, deberíamos pasar por este tipo de etapas para valorar mejor lo que estamos haciendo. Yo estoy muy satisfecho por ello.
-El hecho de que pasara por ese tipo de trabajos, ¿le ha hecho ser más empático con sus jugadores y los que le rodean?
Sí. Todo ello me ha mejorado en muchos aspectos. Por otro lado, aunque nunca trivializo varias derrotas seguidas, cuando el directivo de turno, tus ayudantes o los mismos jugadores se estresan por ello, yo soy capaz de verlo de una forma más tranquila. Trabajé en los patios de una prisión, luego en los despachos y después en un gabinete de comunicación. Es evidente que todo eso te proporciona unos recursos para que, cuando estás en un vestuario con doce jugadores y diez ayudantes de distintas nacionalidades, el discurso tenga un punto de seriedad y de profundidad. Tengo herramientas para realmente llegar al corazón del jugador.
-¿La ciudad en la que escribe le condiciona?
Puede ser. Yo no he llegado a autoanalizarlo. Pero dicen que compones canciones, que pintas o que escribes libros cuando peor estás. Y no es mi caso. Yo he ido madurando la última novela en los últimos cinco o seis años. Y ahora ha salido a la luz. Todo se ha ido implementando a lo largo de este espacio de tiempo.
Es verdad que ha salido publicada estando aquí en Málaga, pero no creo que sea porque haya mucha más luz o más calor aquí que en Lituania, sino porque la maduración ha llegado en este punto. También quiero que los libros evoquen parte de los lugares por los que he pasado cuando esté en una mecedora dentro de unos años y recuerde mi etapa. Y hay ciertos guiños a estas ciudades. Por ejemplo, a Madrid. Me apetecía mucho que esta segunda novela estuviera ambientada en la capital. En la siguiente novela es probable que también aparezcan ciertos lugares de Lituania y de Málaga.
-¿De dónde saca el tiempo y la motivación?
Para mí, el mejor momento para escribir es por la noche. Duermo muy poco durante la temporada. Y durante los viajes con el equipo puedo estar escribiendo en cualquier momento y, sobre todo, tomando notas. Por la noche es cuando hilvanas. Es robar horas a los días o minutos a las horas, porque no tengo mucho más tiempo.
Evidentemente, sé cuál es mi principal profesión, para la que realmente me he preparado. Lo otro sólo es una vocación que nació hace unos años, que me distrae y que veo que la gente acoge bien. Intentaré seguir divirtiéndome mientras escribo, y poco más.
-¿Le ayuda a relajarse, a desconectar de los entrenamientos y los partidos?
Sí, sí. Pero, sobre todo, escribir me ayuda a tener un mayor bagaje cuando hablo con mis jugadores y a ser siempre capaz de darle una vuelta a cualquier razonamiento. Así los recursos no queden vacíos, no son frases hechas.
-¿En qué encuentra la inspiración?
Yo estoy un poco enfermo de empatía, porque lo que más me atrae aquí en Málaga es que mis jugadores y ayudantes crezcan a mi lado y que sean felices. Esto que puede ser tan manido, para mí es fundamental. Algunas veces sus mujeres me han dicho: "Se nota que lleva varios años contigo; hemos logrado cambiar un poco su carácter, que era un poco agrio".
En pos de esa felicidad de la gente que me rodea, voy absorbiendo informaciones de los lugares más inverosímiles. Quizás también tenga una dosis de imaginación superior a la media y entonces soy capaz de ir hilvanando. Me interesa saber mucho el por qué de las cosas. Por qué una persona está con los brazos cruzados, protegiéndose de algo que no quiere decir, por qué suspira profundamente o por qué hace una caída de ojos. Esta capacidad que yo creo que puedo tener es porque cuando he estado en vestuarios con jugadores muy importantes tenía que anticiparme para convencerlos.
-Algunas veces ha hablado del "morbo de que un entrenador escriba una novela". ¿A qué se refiere?
"¿Hemos vivir cada día como si fuera el último? No, pero hemos de acelerar las cosas; no esperar a ser más ricos o a que nos asciendan" Entiendo que haya mucha gente que dude de que un entrenador, un jugador o un directivo pueda hilvanar más de dos frases seguidas, porque, en esa batalla de estereotipos en la que muchas veces se mueve la gente, piensan que sólo puedes meter una pelotita en una canasta y no te puedas dedicar a nada más.
Entonces a veces sorprende, y entiendo que la gente pueda tener cierta curiosidad por saber en qué embrollo te has metido. Y comprendo también que muchos sólo compraran los libros al principio para buscar el error o el defecto. Vivimos en una sociedad como la que vivimos y nos cuesta entender que alguien pueda tener una vocación sin más pretensión que la de distraer o generar una cierta duda en el lector.
-En su libro Despertar a tiempo invita al lector a reflexionar sobre lo que vale la pena vivir.
Sí. Quiero provocar que la gente realmente vaya al límite. Muchas veces he dicho que creo que todo el mundo tiene un don, y sin embargo la mayoría no está haciéndolo. Está trabajando en ocupaciones que nada tiene que ver con ello y sí tienen que ver en que has de comer cada día y alimentar a una familia.
Lo que procuro transmitir es que la gente no renuncie a ese don o a lo que le gusta. El camarero que cobre 800 o 1.000 euros tiene que aportar ese dinero a su familia, pero si realmente quiere ser violinista ha de sacar horas al día. Y cuando esté preparado y las condiciones se den, dar el salto a su vocación interior para intentar vivir de ella. Creo, francamente, que el que goza trabajando es doblemente eficaz y feliz. Trato de hacer ver a la gente que la vida es demasiado corta. Cualquier enfermedad, atraco, accidente revés, en definitiva, nos saca de la casilla, por lo que no debemos posponer demasiado las cosas. ¿Hemos vivir cada día como si fuera el último? No, pero hemos de acelerar las cosas; no esperar a ser más ricos, a que nos asciendan o a que los niños se emancipen. Hemos de intentar vivir.
-¿Qué pensarán de esa máxima y de lo que quiere transmitir víctimas de la crisis como parados o desahuciados?
La novela gira en torno a dos personajes que no se conocen y de una enfermedad muy grave, la progeria. Se da en niños muy pequeños y hace que crezcan aceleradamente y a los 20 años genéticamente es como si tuvieran 80. Es una enfermedad muy dura.
La metáfora que trato de transmitir es que hemos de agarrarnos a la vida. A las personas que estén enfermas o con problemas de trabajo o desahucios, no les puedo recomendar grandes soluciones porque no estoy en condiciones de hacerlo. Espero que la gente tenga siempre cerca mis libros para estimularles, para no conformarse ni rendirse con su situación, sea la que sea.
-En su primera novela, Las Mantas de Angelina, animaba de alguna manera al lector a preguntarse si las cosas están como siempre deseó. ¿En su caso lo están?
Es una buena pregunta. Probablemente debería aplicarme muchas de las cosas que escribo, pero en verdad estoy muy contento y muy cerca de lo que a mí me gustaría estar en la vida. Me dedico a lo que quiero. En el aspecto familiar, no hemos podido tener hijos, pero tengo una mujer y un perro labrador encantador. Somos una familia de cinco hermanos y todos sanos, de momento. Mi vida es mejorable seguro, y yo el primero, pero en general creo que hay más de positivo que de negativo en mi vida.
-Es usted un optimista por naturaleza. O bien su trayectoria le ha hecho serlo.
Sí. No me gusta ser pesimista e intento que los que lo son sean más positivos. En general, solemos tener esa actitud pesimista cuando tenemos muchos problemas y yo lo he visto. Seguramente el optimismo no revertirá una enfermedad terminal, pero hace que puedas afrontar con más dignidad todas las cosas que te tocan.
-Aún con tanta corrupción, paro, desahucios, desconfianza generalizada en todas las instituciones, ¿se puede ser optimista?
Lo único para lo que sirve pensar que todo está horrible y que no vamos a cambiarlo es para que todo eso se siga reproduciendo. Entiendo que debe ser frustrante para quien está en paro levantarse todos los días a las 6 de la mañana, recorrerte todas las puertas y no encontrar nada, pero si se abandona y se deja llevar por esa corriente tan negativa hace que todo sea peor. Confío en que, aunque tardará unos cuantos años, todo esto se revertirá.
Lo que me sorprende es que sigamos cayendo en errores inexplicables. Que en un Ayuntamiento o el Gobierno, de cualquier color, sigan robando o lucrándose después de todos los que ya han sido imputados o encarcelados. Que crean que están impunes de todo cuando al que tienen al lado lo han trincado. Creo que tiene mucho que ver con la falta de capacidad y de educación para poder dirigir un Ayuntamiento o un Gobierno.
-¿Y la situación en España es la deseable, la que debería ser ahora mismo en su opinión?
Creo que, en general, el país ha crecido muy rápido. Yo hace muchos años que, debido a mi trabajo, tengo la suerte de viajar por muchos lugares y en España se ha dado un vuelco en los últimos 30 años que en otros países quizás tardó muchas más décadas. La sociedad española ha evolucionado en muchos niveles.
"De la corrupción y otros problemas tiene mucha culpa que España
ha crecido demasiado rápido"
Creo que todo lo que está sucediendo últimamente de corrupción y otros problemas se debe a que aún no tenemos la madurez suficiente. Una madurez que otros países han tenido que curtirse mucho más. Y pienso que la corrupción y ese desencanto de la sociedad hacia los políticos y las instituciones son en gran parte consecuencia de ese crecimiento tan rápido. No hemos pasado por el proceso y las etapas que otros países tuvieron, quizás por haber tenido una dictadura.
-¿Qué le inspira a escribir esta situación del país? ¿Una novela policiaca quizás?
Buff...en mi caso poco. Es frustrante que hagan según qué cosas personas en las que la gente depositó su confianza. Yo, particularmente, no me meteré nunca en fregados de ese tipo; creo que hay novelistas que escriben mejor sobre ello y que estarán mucho mejor documentados.
-¿Qué opina de la poca cultura que se dice que tienen los deportistas?
Yo he convivido con jugadores y otras personas que eran muy muy educados y preparados, pero también había muchos que no. Asimismo, es cierto que no es bueno opinar de cosas que no dominas. Muchas veces vemos a los políticos o a periodistas opinar de aspectos de nuestra área y se equivocan. Pero, ¿somos capaces de juzgarlos sin saber los entresijos de un periódico o de un Gobierno? Si no los sabes, vigila mucho lo que dices.
-¿Es más difícil lidiar con las críticas deportivas o con las literarias? ¿Cuáles son más destructivas?
Yo ya he dicho muchas veces que soy un juntapalabras. No tengo el bagaje ni la preparación de un buen escritor, aunque procuro leer y escuchar mucho. Por tanto, sé que tengo muchos defectos y entiendo que la crítica pueda ahondar en que la estructura narrativa de mis libros pueda ser peor que la de un buen escritor. Y yo lo acepto. La crítica deportiva es evidente que cala mucho más, ya que es mi principal trabajo. Intento inmunizarme de alguna manera pero, aunque ponga un filtro, al final llega. Trato de sacar cosas positivas hasta de las peores críticas.
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