El museo secreto de Stefan en el Parque del Oeste.Revista El Observador
27/04/12. Cultura La saturación de museos de la capital no cierra su predicado natural en la colmada ansia de arte de sus habitantes. En el Parque del Oeste se puede pasear por el único museo monográfico de la ciudad de un artista vivo: Stefan. EL OBSERVADOR /www.revistaelobservador.com publica hoy una GALERÍA DE IMÁGENES de un lugar que funciona al margen del paisaje local de espacios culturales y pasa desapercibido porque está a la vista de todo el mundo.
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MÁLAGA no ha quedado al margen de la invasión de museos monográficos dedicados a un autor. La fiebre comenzó con Picasso. El increíble museo Revello de Toro fue la respuesta que dio la derecha local con el inestimable apoyo del Ayuntamiento que encabeza Francisco de la Torre. La última incorporación es el Museo Carmen Thyssen, también de autora, pero no de cuadros, sino de colección.
AL margen de estos museos, existen en la capital otros, casi 30, menos conocidos, visitados y estimados por la población local. Alguno de ellos tiene más afluencia turística que nativa. De ninguno se puede decir que tenga repercusión mundial. Eso, sin mencionar el CAC que, sin ser museo, es el que mejor se merece el nombre.
HAY otro lugar que funciona al margen del paisaje local de espacios de arte, y cuya discreción esencial le otorgan el papel especial que desempeña una carta robada: pasa desapercibido porque está a la vista de todo el mundo. Un museo que no es tal, y sí es monográfico; de autor, y quizás más autorial que el resto, porque su artista, Stefan, a diferencia de otros de sus antecesores o coetáneos, está vivo e interviene activamente en la elección, instalación y diseño de la exposición pública. Está en uno de los espacios más interesantes construidos en Málaga en las últimas décadas: el Parque del Oeste, proyecto del arquitecto Eduardo Serrano. Y allí es posible hacer un recorrido por la obra escultórica de uno de los artistas más singulares de esta ciudad, no por casualidad nacido fuera de ella, y menos casual todavía, residente aquí desde hace más de medio siglo: Stefan, Stefan von Reistwitz. Puede ver una GALERÍA DE IMÁGENES de las obras expuestas en el Parque del Oeste.
LA obra de Stefan se puede encontrar en centros de arte y museos de medio mundo, y en colecciones particulares del mundo entero. En ese panorama, el Parque del Oeste constituye una excepción. Es el único lugar donde se puede hacer una visita al aire libre, totalmente gratuita, a una especie de antológica de la escultura de Stefan. Se podría establecer un recorrido que podría dar claves para entrar en el mundo del artista, y sería una aportación. Pero no dejaría de ser una institucionalización que probablemente incomodaría al propio Stefan, seguramente contrario a esos lugares que, como Ikea o el Thyssen, obligan al visitante a un trayecto dictado.
UNO de los grandes logros de la instalación de esta colección de piezas en el Parque del Oeste es su adaptación al terreno -en el caso de Stefan, “de juego”. A diferencia de otros espacios monográficos de escultura de un autor (el tremebundo Parque Vigeland en Oslo), el Parque del Oeste no agrede ni por stefanismo hipertrófico, ni por falta de criterio espacial en la instalación. El escenario no absorbe esculturas ni estas obligan al parque a dejar de serlo. El equilibrio se ha conseguido y la noción de pasear por un parque no ha sido desplazada por la de visitar un centro de arte al aire libre. La articulación de un Stefanraum específico no se precipita sobre el paseante con el tonelaje del Stefanzeit hegemónico: tiempo y espacio siguen siendo curvos y propiedad de la población usuaria, que en ningún momento se condena así de serlo del Parque del OeStefan.
LAS diversas vidas de esta colección de obras de Stefan adquieren en este punto un carácter de ciclo abierto hacia un público plural e inconcreto, libre de las rigideces de las relaciones de poder con la exposición de arte. Desactivado el procedimiento de dirigismo de la mirada, tan concreto de las fórmulas prescritas de comportamiento a lo largo de siglos de decantación, a nadie se le ocurre pensar que allí se puede ver una antológica o que es una muestra de obra reciente. En cierto sentido, el espíritu burlón del artista parece haber encontrado su posición ideal en la presencia fija en un lugar sometido a la mirada contingente y al espectador casual. Posiblemente sus unicornios, minotauros, sirenas, equinos y otros animales surgidos de una fantasía vertebrada de ingenuidad perversa, pero no tanto, acaben por proporcionar una experiencia única a varias generaciones de espectadores que pueden comenzar por ser testigos de arte y discurrir hacia posiciones más incómodas en las que no se acepte la posición de consumidores de arte (ni, por supuesto, la figura más extendida de nuestro presente: la de los consumidores de actividades artísticas). De camino, hallarse ante la obra de un alemán de origen que eligió construir su mundo de la mediterraneidad reconocible exactamente porque se pierde (no por entera culpa de los bárbaros del Norte), también quizás permita reconsiderar tanto la naturaleza del paseo como el paseo por la naturaleza, y, por qué no, la noción de puntos cardinales.
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