EL GILISMO Y LA HOSPITALIDAD COSTASOLEÑA CON LA CORRUPCIÓN
Artículo. Revista El Observador
Antonio Villanueva Martín
Artículo. Revista El Observador
Antonio Villanueva Martín
Un
buen día a los viajeros les empezó a gustar eso de estar morenitos. Cambiaron
Santander, Donosti o Biarritz por la solanera mediterránea.
La
costa malagueña volvió a ubicarse en el mapa tras décadas de decadencia por el
derrumbe de su industria decimonónica y el descenso de su producción agrícola.
El
turismo es un gran invento. Los cambios de hábitos de los turistas junto a la
democratización de los medios de transporte provocaron una riqueza que frenó el
chorreo de emigrantes. Una riqueza basada en la voluntad humana y en algo tan
ajeno a ella como el microclima. No supimos dotarnos de controles y apareció,
exuberante, la corrupción.
Una
peculiaridad que caracteriza nuestra corrupción política es su procedencia.
Jesús
Gil de Burgo de Osma en Soria, el Pantojo de un pueblo de Ávila, La García
Marcos y el Román de Salamanca, Roca de Cartagena, el Sandokán de Córdoba...
La
corrupción costasoleña es cualquier cosa menos costasoleña.
Nuestro
papel fue otro. El de consentidores.
Unos
porque consideraban que Marbella no es Andalucía.
Otros
por un sentido de la hospitalidad malentendido.
Los
más, simplemente porque les gustaban estos impresentables revestidos de Robin
Hood con chancletas. Votaban a un sátrapa sabiendo que era un sátrapa.
Las
dos frases más escuchadas en boca de un marbellero allá por el año 1991 eran:
1)
Jesús Gil roba pero los que había antes también robaban y no hacían nada por la
ciudad.
2)
Y Jesús Gil ha limpiado de macarras Marbella.
La
imagen que se tiene de un macarra, es un tipo con la camisa impúdicamente
desabrochada, dándole mamporros a otros más débiles que él y que cuando abre la
boca es para soltar inmundicia. Algo así como Jesús Gil y Gil. Pero los
costasoleños quizás pensaban que un macarra era otra cosa.
Dos
de cada tres votaron al GIL en Marbella en 1991. El tercio restante intentó
resistir a la barbarie. La calaña de estos gilistas se deja ver en una anécdota
que contaba el combativo y brillante periodista Félix Bayón. Tras querellarse
los gilistas contra él por un artículo en el que se mofaba con su afilada pluma
de sus apariencias, los estómagos agradecidos de la tele y de la prensa
municipal se dedicaron a hacer chistecitos vaticinando una pronta muerte debido
a su quebradiza salud. Bayón moriría poco después. Escasamente con cincuenta
años. Como al personaje que encarna Charles Laughton en ‘Esta tierra es mía’ no
pudieron doblegarlo nunca. No fue el único pero sí único en su resistencia.
El
GIL y los gilista fueron ampliando su influencia en municipios de las
provincias de Cádiz (Barbate, La Línea o Tarifa) y Málaga (Manilva, Estepona o
Ronda). La corrupción del PSOE y los agravios junteros en los albores de la
EXPO hicieron el resto. Gracias a los gilistas, el PP se adueñó de la
Diputación de Málaga. A cambio los peperos facilitaron el desembarco de Gil en
la Mancomunidad de Municipios de la Costa del Sol occidental. Con ello, ni el
tren del progreso ni el tren de cercanías llegaron nunca a Marbella. No ha sido
la última vez que la corrupción es declarada inocente por las urnas.
Dos
jueces metidos a políticos, Juan Alberto Belloch y María Teresa Fernández de la
Vega, culminaron el desaguisado concediéndole desde el Ministerio felipista de
Justicia un indulto a Jesús Gil y Gil para que pudiera presentarse a su segundo
mandato y así acabar con todo. Es el único individuo, Jesús Gil, que yo sepa,
que ha recibido indultos por delitos comunes en la dictadura franquista y en la
democracia. El Estado de Derecho al pairo. Robe usted lo que quiera, si lo
pillamos le damos un indulto. Bienvenido a la consentidora Costa del Sol. La
Mafia, la criminalidad organizada rusa, los traficantes de armas árabes y los
delincuentes británicos residiendo plácidamente al sol de Tangentópolis.
Los
desaires a la ciudadanía llegaron a su culminación en televisión cuando la
despechada ex-mujer del Pantojo se atrevió a decir en prime time que acumulaba
puñados de billetes de dinero negro en las bolsas de basura. Y se quedó tan
fresca.
Tuvo
que empantanarse Jesús Gil en Ceuta y Melilla cuando aspiraba a gobernar ambas
ciudades autónomas para que le parasen los pies. Aznar y Zarrías por fin se
asustaron con tanta manga ancha ajena. No fuera a ser que el Tío Gilito
cabrease a Marruecos y provocase otra Marcha Verde.
Hasta
ese momento una total y absoluta quiebra del ordenamiento jurídico. Los jueces
y políticos tuvieron su responsabilidad. Pero, ¿y la nuestra?.
Observo
al Pantojo fumando en la puerta de la Ciudad de la Justicia. La gente que entra
y sale lo mira con curiosidad. Tengo la sensación que alguno se queda con las
ganas de acercarse a él y pedirle un autógrafo. Nadie le dice nada.
He
visto en alguna ocasión en la Cafetería Aranda a la García Marcos. Cuando la
gente se percata de su presencia, sale un camarero al quite y dice en voz alta
que viene cada mañana a desayunar porque trabaja para el Servicio Andaluz de
Salud en la Calle Córdoba. Nadie dice nada.
Y
es que los malagueños somos tan hospitalarios.
Antonio
Villanueva Martín
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